Las prostitutas no sólo sacian los terremotos internos, la insatisfacción, la infelicidad de algunos, y la perversión cuando se trata de políticos que, mientras las quieren proscribir, se funden el dinero público y esnifan cocaína en sus nalgas. Peor aún, muchas veces han de lidiar con el hecho de tener que convertirse, de vez en cuando, en la coartada moral de los políticos que alguna vez han requerido sus servicios. ¿Cuántos políticos de los que están sacando adelante en el Congreso la ley de Abolición de la prostitución, le han pedido, aunque sea alguna vez, a alguna prostituta que ésta hiciera felices con un arnés de caucho?
Periódicos que piden acabar con la prostitución, defendían hace sólo diez años que los periódicos pudieran publicar anuncios de prostitución porque se hacían millonarios.
Las feministas sólo hablan de los proxenetas, no de las madames, que casi tienen un puesto reverencial en las películas del Far West, en las novelas y en la picaresca social desde hace siglos hasta nuestros días, igual que las mismas prostitutas. Animal mítico de controversias morales y de consuelos íntimos de políticos y personalidades famosas. Meretrices que, si hablaran, podrían hacer caer gobiernos.
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